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domingo, 2 de diciembre de 2012

Capítulo 7

"Madre de sangre derramada
que portan ahora reales ojos sin miedo,
quien ose regalar una daga
a dicha princesa de hielo
será su legítimo dueño.
Tras descubrir el engaño
romperá el oro del reo
y, en una noche sin luna,
clamará venganza
por sus padres, por su reino.
Logrará su propósito mas morirá
junto al enemigo 
que caido y humillado
no será más que un mendigo"

Esto decía el pergamino que Kora y Neit entregaron al rey de Nourrat. 
El monarca acarició su mentón pensativo. Un sudor frío perlaba su frente y parte de su calva. Sus ojos azules revisaban el texto una y otra vez. 
La princesa y su compañero se hallaban sentados en un comodo sofá. Estaban en el salón privado del rey.
Cuatro enormes ventanales sin cortinas mostraban el lindo paisaje. El suelo era de un marmol blanco tan cristalino que podían verse reflejados. Neit nunca había visto tanto lujo, las lámparas de araña, los tapices en las paredes, el ajedrez de oro y cristal que se sostenía frente a ellos sin soporte alguno. La magia flotaba en el ambiente.
Kora, sin embargo, estaba en su terreno, además su castillo era igual o más lujoso que este.. Perp ¿que estaban haciendo? Sus vidas podían estar en juego, no había tiempo para pensamientos absurdos.
-Lo siento, no puedo ayudaros.- cuando por fin su tío habló Kora no sabía de que se sorprendía. Cuándo su madre se casó y se dividieron los reinos perdieron cualquier tipo de contacto. - Debéis marcharos.
El rey hablaba nervioso, demasiado pensó Neit. Iba a preguntar cuando les devolvió el pergamino e hizo que un soldado los escoltara hasta la salida. Todo era demasiado extraño.
-Una actuación maravillosa.- dijo una voz femenina melosa y sugerente.
Mireya salio de la nada se acercó al rey insinuante.
-Yo he cumplido, devuélvemela.- dijo él con voz alta pero temblorosa. Se notaba la angustia que sentía, el dolor se reflejada en sus ojos.
La dama blanca exageró un gesto de aburrimiento torciendo sus perfectas facciones a la vez que suspiraba. 
Comenzó a hacerse cada vez más tranlúcida hasta que desapareció, el monarca aún pudo escuchar su voz impasible: "Recuerda a que mando te coviene servir, majesta." Puso un tono burlón en la última palabra y terminó de desvanecerse dejando en el aire una risa inocente y cantarina.
El rey quedó solo por un momento y un instante despues apareció ante el. Era una muchacha de no más de veinte años, vestia el uniforme de criada. Sus cabellos castaños despeinados, sus ojos oscuros derramando lágrimas, las cuerdas que le ataban las manos, la mordaza que apenas la dejaba respirar conformaban una escena desoladora que rompió el corazón del rey, fue corriendo hacia ella, la despojó de sus ataduras y allí, señor y doncella se fundieron en un largo abrazo.

Mientras tanto Neit y Kora se encaminaban hacia el puente levadizo. Estaban cruzando el enorme patio que  bullía de actividad. 
-¿No te ha parecido extraño?- preguntó Neit hablando por primera vez cuando por fin salieron de palacio.
-¿El qué?-dijo Kora intrigada mientras acariciaba el cuello del caballo.
- Parece mentira que no te hayas dado cuenta. Estaba demasiado nervioso, oculta algo.
La princesa iba a contestar pero alguien les abordó cortándoles el paso.
Era una...¡morkia! Esta era igual de alta que un humano de estatura media, sus facciones eran suaves y delicadas mas sus ojos eran fríos e inquisitivos. Su piel era tersa y lisa, de un celeste uniforme y el pelo de un tono más claro caía hasta la mitad de su espalda.
-Yo si que puedo ayudaros.- dijo enigmáticamente.
Eran criaturas del bosque. Una raza unicamente formada por mujeres.  
Solían esconderse muy bien ya que no confiaban en los humanos. Se dividían en cuatro clanes diferenciados por los colores de su piel. El clan rojo se encargaba de la vigilancia; el verde, del comercio; el morado, de la política; esta era azul, el clan encargado de la defensa. Eran los más poderosos.
  El clan azul no utilizaba ropa, decían que era incómoda para luchar. 
Kora y Neit quedaron pasmados ¿que interés podría tener una de las criaturas más poderosas en ayudarles?
-Me llamo Ashta, encantada.- dijo con un extraño hacento mientras les tendía la mano.

Al mismo tiempo no muy lejos de alli, Gresh y Mess sentían la presencia de Seft cada vez más cerca. 
No habían dejado de caminar desde la noche anterior, estaban agotados. Gresh podría usar la magia pero con ello solo conseguiría delatar su posición. Conocía hechizos que evitaban esto pero no servirían con su hermano, ni la más poderosa de las brujerías sería capaz de romper el vínculo que unía a los gemelos.
Por suerte ya sabían con seguridad hacía donde dirigirse, Nourrat. Todo apuntaba a que la princesa había ido hasta allí. Solo esperaban llegar a tiempo antes de que se marchara otra vez.
Mess se había rendido hacía un rato, sus pies no le respondían por lo que Gresh se había ofrecido a llevarla sobre su espalda y ella se había quedado dormida.
El bosque era agobiante, miles de árboles, ramas, raices, arbustos... cada vez se complicaba más el camino.
De pronto el mago frenó en seco y puso sus sentidos alerta. Sintió a su hermano a una hora de allí. Si seguían huyendo los alcanzaría tarde o temprano y él no tendría fuerzas para luchar. Estaba decidido, se quedaría esperandolo, reponiendo fuerzas para resolver de una vez por todas el asunto. No quiso preocupar a Mess así que buscó un gran árbol de enormes raices y se acomodó junto a ella. 
Su corazón se aceleraba a la par que se acercaba el momento.

jueves, 29 de noviembre de 2012

Capítulo 6

"...una noche sin luna".
 Apenas restaban veintiocho días para poder comprobar hasta que punto era cierta la profecía, aunque a estas alturas era absurdo no creer en ella. Tal como Mireya había dicho todo se estaba cumpliendo paso a paso. Debía encontrar a Mess antes de dieciséis días, el plan acordado para vencer requería de doce días.
La cabeza del rey era un hervidero de  preguntas ¿dónde? ¿cuándo? ¿cómo? ¿por qué? Eran demasiadas.
Se encontraba en la plataforma de almenas de la más alta de las doce torres que conformaban el enorme castillo. Miraba al cielo pensativo. La luna estaba creciente y presidía un hermoso cielo despejado iluminado por miles de estrellas.
Estaba sumergido en sus pensamientos cuando la puerta se abrió lentamente. Mireya, tan bella como siempre, entró con su gracia natural envuelta en su capa negra.
-Fabian deberíais dormir.- dijo melosa mientras acariciaba la nuca del rey, que había girado de nuevo su cabeza hacía el paisaje que se extendía a sus pies.
Fabian se estremeció y disfrutó de aquella muestra de cariño.
El rey rodeó la cintura de la dama con el brazo y la atrajo hasta dejarla a su altura. Acarició su mejilla con la mano que le quedaba libre y la besó. Cuando se separaron los dos sonreían y se miraban como dos adolescentes enamorados.

 Kora se despertó de nuevo por una pesadilla, estaba asustada más pronto se dio cuenta de que no había ningún peligro. Se encontraba en brazos de Neit, en el mismo claro donde habían decidido acampar.
-Tranquila princesa, ha sido una pesadilla, solo eso.- Neit estaba allí, con ella. Kora intentó calmar su respiración agitada. Él la abrazaba por detras y depositaba pequeños besos en su hombro. Era tan adorable...
-Lo siento, te he despertado.- dijo ella con una tímida sonrisa de disculpa.
-No es culpa tuya, además estaba despierto.- contestó tan amable como siempre.- Aún quedan unas horas para el amanecer, sigue durmiendo renacuaja.
Kora no pudo dejar escapar una carcajada, desde que conoció a Neit y este se enteró de que era dos semanas mayor la llamaba así. No se lo había vuelto a decir desde que se separaron.
Neit se volvió a tumbar sin dejar de abrazar a Kora por lo que la arrastró con él. Ella se acomodó en su pecho, la tranquilizaba el ritmo acompasado de su corazón, la calidez de sus brazos, la manera en que le acariciaba el pelo. Debía dejar de pensar así, lo sabía, pero simplemente no quería hacerlo.
Cuando volvió a despertar se llevó un susto de muerte, Neit no estaba a su lado y después de tanta pesadilla solo se le ocurría pensar que le hubiera pasado algo malo.
-Buenos días, princesa.- escuchar su voz le quitó un gran peso de encima, lo encontró de pie frente a ella ofreciéndole la mano para ayudarla a levantarse.
-Aclárate, ¿princesa o renacuaja?- dijo burlona mientras agarraba la mano que este le tendía.
-Pensé que seguías siendo mi princesa y no debía tomarme confianzas.-contestó Neit sagaz haciendo alusión a la conversación que mantuvieron el primer día de su aventura.
Kora sonrió.
-Creo que a estás alturas hay más que confianza.
-Te tomo la palabra, renacuaja.
Kora sonrió de nuevo y subió al caballo que Neit se había tomado la molestia de preparar. El muchacho montó tras ella y rodeó su cintura. Emprendieron de nuevo  el camino, llegarían a Norruat antes de que cayera la noche.

Habían decidido hacer un alto en el camino al lado de un pequeño lago que encontraron en medio del bosque. Mess necesitaba tomar un baño así que Gresh se alejó para dejarle intimidad.
Mess se sentía genial en el agua, podía pasar horas y horas dentro de ella. Volvió a sumergirse una vez más, la última se dijo. Abrió los ojos y apreció el fondo del lago, las algas, los peces, los insectos parecían llevar la vida apacible que ella hubiera deseado. Sonrió y batió la cola impulsándose hacia adelante. Era una preciosa cola de escamas plateadas. Le salía desde debajo del ombligo y ocupaba el espacio donde deberían estar sus piernas.
En su cuello, por debajo de las orejas dos branquias, una a cada lado, le permitían respirar. Su pelo ondeaba a su alrededor. Hizo una voltereta hacia atrás arqueando su torso desnudo y volvió a salir a la superficie.
De un impulso con su cola salió y quedó sentada en la pequeña pasarela de madera que llegaba hasta el agua. Puso su mano donde antes estuvieron su piernas y estas volvieron a aparecer. Ahora que lo pensaba, quizás la habían capturado porque conocían su secreto. Pero...no, era imposible. Se lió en la manta para secarse y se vistió de nuevo. Más alegre y relajada se adentro en el bosque en busca de su nuevo compañero.
Lo encontró no muy lejos. Estaba en un claro, en el centro había una hoguera bastante reciente y Gresh inspeccionaba unas huellas de caballo, frescas también.
-Estamos cerca, los alcanzaremos pronto.- dijo girando sobre sus talones con una enigmática sonrisa en el rostro.

domingo, 25 de noviembre de 2012

Capítulo 5

"...será su legítimo dueño"
Neit no terminaba de entender esta parte de la profecía por más vueltas que le daba.
Acababan de llegar a un pueblecito perdido en las montañas. Como Kora había cogido algo de dinero antes de salir del castillo decidieron hacer algunas compras. Primero fueron a la herrería y encargaron dos espadas que recogerían al día siguiente. También necesitaban un caballo, si el rey había mandado a alguien para buscarles no tardaría en alcanzarlos. En el mercado se arrendaron víveres para el viaje, aún les faltaban al menos tres semanas de camino hasta Nourrat.
Se les hizo tarde y, como aún tenían dinero, decidieron pasar la noche en la posada. Sin embargo, solo pagaron por una habitación, debían ser previsores.
El dormitorio consistía en una cama y un armario, un mueble en frente del otro en un espacio agobiante y reducido. Una pequeña ventana les mostraba el cielo estrellado.
Los dos se acostaron, lo más alejados el uno del otro como la cama les permitía, e intentaron dormir.

-¡Neit! ¡Neit!- el chico entreabrió los ojos al despertarse por los zarandeos de Kora.- Vamos, tenemos que marcharnos, abajo hay un hombre que pregunta por nosotros. Porta el estandarte real.
Neit se despejó de golpe, debían huir. Recogieron sus pertenencias, las cuales cabían y un solo zurrón, y las provisiones que compraron en el mercado.
Iban a salir por la puerta pero escucharon uno pasos. Oh, no. Los habían encontrado, estaban perdidos. Les hubiera gustado una aventura algo más larga, la verdad. y
Pero ¿que estaban pensando? Aún tenían posibilidades, Kora acababa de detener su mirada nerviosa en el pequeño ventanal de la pared.
Estaban en el primer piso así que no les costó bajar. Una vez allí se deslizaron hasta el establo y buscaron su caballo. Era un caballo negro, altivo y orgulloso. Nadie había sabido dominarlo nunca por lo que les había salido bastante barato, esto no les preocupaba, el caballo había congeniado con Kora desde el primer momento.
- ¿Qué estás haciendo? - preguntó Kora entre susurros, al ver que Neit pretendía dirigir el caballo.- No puedes manejarlo en tu estado, déjame a mi.
No tenían tiempo de discutir por lo que no replico y dejo que la princesa subiera primero. Él rodeo la cintura de su compañera con los brazos, deposito un suave beso en su nuca para infundirle ánimos y comenzaron a cabalgar.
No vieron a nadie seguirle pero, por si acaso, no dejaron de moverse en toda la noche. No fue buena idea la de pasar la noche en la posada, de no ser porque Kora se despertó a causa de una pesadilla no habrían podido huir.

Mess no terminaba de creer lo que le decía ese tal Gresh. ¿Y si era el mismo mago que la había torturado? ¿Y si solo quería seguir haciéndola sufrir? Aunque eso no tenía mucho sentido, ¿para que jugarse la vida si ya la tenía a sus pies?
En fin, no le quedaba otra más que creer al que parecía ser su salvador.
La verdad es que su presencia la calmaba, sentía que a su lado nada malo le volvería a pasar. Era igual que Seft pero el gesto amable de su rostro, su sonrisa tranquilizadora y su personalidad protectora marcaban la diferencia. Su hermano era frío e impasible. Parecía no tener corazón.
Gresh le había contado que en realidad el también es un mago de los cuatro elementos. Al nacer gemelos el poder se duplico mas él tuvo que guardarlo en secreto mientras Seft se entrenaba y mejoraba día a día.
Gresh siempre había sido más despreocupado y liberal, se revelaba contra todo que fuera en contra de sus principios; Seft por el contrario acataba órdenes sin rechistar, de quien fuera, hacía su trabajo y seguía avanzando sin pararse a pensar en la gente que quedaba aplastada bajo sus pies.
También le había contado que el rey no era el verdadero rey aunque no había dado más detalles.
Estaba muy confusa, no sabía que pensar.
Tras contarle la historia Gresh hizo un pequeño equipaje y dejó a Mess un vestido de su madre para que se pudiera cambiar, ya que el suyo estaba roto y sucio.
-Venga rápido- dijo el hechicero con voz nerviosa.- Seguro que mi hermano ya ha empezado a buscarnos.
-¿Tu hermano? No se si lo que me has contado es verdad pero es tu familia, no te hará ningun daño.-dijo Mess y se arrepintió al ver la punzada de dolor que cruzaba el rostro de su compañero. Ahora estaba casi segura, Gresh decía la verdad.
-Vamos- la agarró del brazo y tiró de ella para que lo siguiera. Su mirada se había vuelto dura y cortante, no admitía réplica.

Seft recorría los pasillos del enorme palacio real. Llegó hasta la puerta y cruzó el patio. El patio estaba rodeado por las habitaciones de los empleados, la panadería y la herrería. Llegó al puente levadizo y se alzaron las rejas, salió y se dirigió a la armería de hechicería.
La armería mágica al igual que la zona de entrenamiento de magos estaba totalmente escondida ante la mirada de cualquier mortal.
Se adentró en el bosque y cuando se cercioró de que no había nadie cerca alzó la mano derecha, su palma se ilumino levemente durante un instante y Seft desapareció.
La sala de entrenamiento no era una "sala" exactamente. Cada mago tenía su propio entrenamiento personalizado por así decirlo.
Cuándo cruzaban la puerta se encontraban solos en un "espacio" sin nada y practicaban, practicaban hasta el agotamiento pues mientras estaban dentro se paraba el tiempo. Cuando salían todo estaba tal como lo dejaron, el tiempo se reanudaba para ellos.
Una vez dentro debía concentrarse y visualizar la armería. Le sorprendió no haber podido hacerlo a la primera. Gresh había conseguido sacarlo de sus casillas pero ya estaba harto de salvarlo de todos los líos en los que se metía. Esta vez se las iba devolver, iba a pagar por su crimen y él por fin tendría el poder completo. Sería el mejor mago, el más poderos, sería invencible, sería inmortal. Nadie volvería a aprovecharse de él y él no tendría que obedecer a nadie nunca más.

Cuando el sol comenzó a asomar entre las montañas y el cielo se tiñó de tonos morados dejaron de cabalgar. Pararon en un pequeño claro al lado de un manantial, estaban exhaustos y doloridos por la carrera. Desmontaron con cuidado y Kora guió al animal hasta el agua, el era el que más merecía el descanso. Ató la brida a una rama y sentó bajo un árbol junto a Neit.
Neit la rodeó por los hombros en ademán protector, ella apoyó la cabeza en su pecho, él acarició su pelo enmarañado y depositó un suave beso en él antes de caer rendidos por el sueño.

lunes, 19 de noviembre de 2012

Capítulo 4

Al tercer día, gracias a las curas de Kora, las heridas de Neit estaban mucho mejor por lo que emprendieron su viaje. Un viaje sin rumbo del que no sabían el final.
Sabían que debían buscar pero la pregunta era ¿por dónde empezar? No tenían muchas pistas, por no decir ninguna.
Tras hablar sobre ello largo y tendido habían decidido ir hasta Nourrat, uno de los reinos del norte que estaba gobernado por el tío de Kora, hermano de su madre.
"...madre de sangre derramada que portan ahora reales ojos sin miedo..."
Con ese pensamiento Kora vovió a tranquilizarse diciendose que iban por el camino correcto.
Neit, sin embargo, no estaba tan convencido. Si de algo se caracterizaban las profecías era de ser engañosas, además le parecía absurdo el simple hecho de tener que obecer a un papel pero su princesa mandaba y el debía acatar las órdenes y callar.
A medio día decidieron  parar en una pequeña explanada, almorzaron algunas frutas silvestres, Neit estaba exausto y se quedó allí descansando mientras Kora iba a cazar algo.

Se había encaramado a un árbol, la verdad es que para ser princesa era bastante ágil. Debido a su condición había tenido que aprender a defenderse, ya que siendo la hija única del reino más envidiado más de uno intentaría secuestrarla o matarla para lograr el trono.
Quería concentrarse en su labor pero sus pensamientos estaban en un claro del bosque con él.
Un ruído entre la espesura la hizo volver a la realidad. ¡Genial, un jadu! Si lo cazaba tendrían provisiones para varios días.
Los jadus eran unos animales bastante corpulentos pero su tamaño engañaba. Era muy fáciles de cazar.
Sus siete patas peludas le entorpecían a la hora de correr. Podían ser de mil colores, este que Kora había avistado era rojo ido.
Como había pensado no le costo mucho trabajo, bastó con una simple trampa, lo cargó a su espalda y volvió.
Ya había oscurecido cuando llegó, su compañero habia encendido una fogata. A la luz del fuego se le veía tan...¡Pero que estaba pensando! No había tiempo de enamoramientos adolescentes.
Despellejaron  la presa y la cortaron en trozos, cogieron dos, guardaron los otros y pusieron su cena a la lumbre.
Era extraño, cualquiera estaría triste después de abandonar su hogar y de enterarse que su vida ha sido una mentira pero la sonrisa de Neit, su energía y sus ojos risueños le hacían olvidar que probablemente no tardarían en morir.

Como el día anterior vió la puerta de su celda abrirse de nuevo, no lo soportaría otra vez.
Su angustia aumentaba a medida que el mago se acercaba a ella. Iba a rogarle clemencia cuandoel muchacho se llevo un dedo a los labios indicando que se callara, acto seguido se agachó y quedó frente a ella.
-Voy a sacarte de aquí.- dijo ante la mirada de incredulidad que le dirigió la prisionera. Rozó las cadenas con el dedo y estas se abrieron sin hacer ruido alguno.
Le aferró la mano pero ella no tenía fuerzas para ponerse en pie asi que la cogió en brazos y se encaminó hacia la salida. Fuera todos los guardias dormían por lo se relajó un poco pero seguía preguntandose ¿que habría hecho cambiar de opinión a su impasible torturador?  Antes de perder el sentido pudo la palma de la mano del hechicero posandose en su frente y la sonrisa tranquilizadora que este le brindó.

Abrió lentamente los ojos, esperaba haberlo soñado todo presa del delirio, esperaba volver a sentir el dolor de sus muñecas a causa de las cadenas, volver a sentir el frío suelo de piedra en su piel. Sin embargo, despertó en una cama caliente, estaba en una pequeña habitación de paderes, suelo y techo de madera. La cama esta recogida en un ricón y en frente una humeante chimenea contribuía a ese toque hogareño tan agradable. Se incorporó retirando las sábanas y se miro maravillada, todas sus heridas habían desaparecido.
Iba a salir de la cama cuando alguien entro en la sala. Era....¡el mago! La había salvaedo pero no podía olvidar que también la había torturado apenas unas horas antes.
-Vaya, ya has despertado.-dijo con voz amable y esa sonrisa amable en los labios ¿Cómo te encuentras Mess? Era Mess ¿no?
Mess se había quedado sin habla, no era posible tal cambio de actitud en tan poco tiempo. El chico notó su temor agachó la cabeza, la miró alzando la vista y dijo:
-Lo siento, suele pasar, me llamo Gresh pero no soy quien tu piensas. Soy su hermano.

-¡Tu hermano!- el rey paseaba de un lado a otro por la sala del trono.- Seft confio en ti y siempre me has sido fiel. Ahora más que nunca quiero que me demuestres cuan sincera es tu lealtad. Quiero a la prisionera de vuelta y la cabeza de Gesh.
Seft vaciló por un momento, seguía con la rodilla hincada en el suelo, un sudor frío le recorría la espalda. No, fuera su hermano o no, había incumplido la ley.
Se levanto despacio y, aún con la cabeza baja en gesto de sumisión, asintió y salió de la sala.
Una vez se hubo cerrado la puerta una risa cantarina e inocente rompió el silencio.
-Parece que esto se pone interesante.- Mireya se acerco al rey juguetona y no se amilanoó cuando este le dirigió una mirada asesina.

Kora tiritó sin poder evitarlo, se estaba quedando helada. El fuego se había apagado y no habían sido capaces de encender otro. Hacía rato que habían decidido irse a dormir pero al parecer ninguno era capaz de hacerlo.
Sin previo aviso Neit se giró hacia Kora y la abrazópor la espalda rodeando su cintura. La princesa iba a protestar pero su calor la reconfortaba y el también estaba temblando. No le quedaba otra, se dijo, además no le incomodaba. Se acurrucó contra su pecho y tomó la mano que la rodeaba. Sonrió cuando Neit deposito un suave beso en su nuca.Y así los dos se quedaron dormidos recuperando fuerzas para continuar su aventura.

sábado, 17 de noviembre de 2012

Capítulo 3

"...no será más que un mendigo"  
 Con estas palabras, Neit, terminó de leer el viejo pergamino que Kora le había entregado. Y allí, sentado sobre la hierba, se pregunto hasta que punto podría controlar su futuro. Nunca había creído en el destino pero...Estaba indeciso. ¿Y si Kora lo estaba en engañando? Si era así ¿lo hacía por diversión o por obligación? ¿Y si era un plan para volverlo a encarcelar, esta vez con pruebas? No, cofiaba en ella y además él no había hecho nada. No se puede sacar de dónde no hay, se dijo recordando las palabras que su madre repetía a menudo.
-¿De dónde has sacado esto?- dijo, rompiendo el pesado silencio que los rodeaba.
Kora suspiró y comenzó a relatar la historia.

 Aquel día se había levantado temprano y, como de costumbre, desayunó en su cuarto. Se vistió y salió a pasear. Buscando a su doncella llegó hasta el sótano. No solía bajar allí, estaba lleno de polvo y trastos viejos que ya nadie utlizaba.
Curióseando una de las miles de estanterías que se agrupaban en las paredes, un viejo libro le llamó la atención.
No tenía nombre en el lomo asi que lo sacó pero tampoco encontró nada en las tapas de cuero desgastado.
La curiosidad aumentaba, algo le decía que lo debía dejar donde estaba y correr, un instinto, una corazonada, pero ella lo relacionó con la falta de sueño acallando así a su conciencia.
Abrió el libro y...nada, las hojas estaban en blanco. Decepcionada lo intentó cerrar mas no pudo hacerlo, el libro había quedado rígido, abierto justo por la mitad, una luz, que cada vez se hacía más cegadora, comenzó a salir del hueco que había dejado en la estantería.
Todo pasó muy rápido, la luz crecía y tuvo que cerrar los ojos, sintió el libro resbalar de entre sus manos y lo escuchó caer al suelo después todo comenzó a dar vueltas, no podía respirar, iba a desfallecer cuando sus pies volvieron a tocar tierra firme.
Poco a poco se atrevió a abrir los ojos. Se encontraba en una sala pequeña iluminada por cinco candelabros dispuestos en las paredes. Al fondo un escritorio de madera podrida amontonaba cientos de pergaminos desordenados.
Recorrió la habitación con la mirada mas su inspección se detuvo en un bulto inerte que  yacía en un ricón. Un presentimiento la hizo acercarse. Era un hombre bastante mayor, y...no era posible...estaba muerto. Kora vió la expresión vacía de sus ojos marrones, su piel pálida y fría, los trozos de cristal a su alrededor y la muñeca ensangrentada reposando junto a su rostro demacrado.
Estaba asustada, iba a buscar una forma de salir de allí pero algo volvió a reclamar su atención.La otra mano del viejo agarraba un pedazo de pergamino, Kora lo cogió con cuidado. Le habían arrancado la última parte pero lo que se podía leer le fué más que suficiente. Como movida por un resorte volteó el cadaver y le arrancó la camisa sucia y maloliente. Inspeccionó su espalda y encontró lo que buscaba, una pequeña marca en el hombro izquierdo, una mancha de nacimiento con forma de corona, una señal igual que la que ella misma tenía.
No...era imposible, solo la familia real portaba aquel signo. Pero y si...

-¿CÓMO? Mi princesa, ¿estáis segura de que no os habéis dado un golpe en la cabeza? - Neit no podía creer lo que acababa de escuchar, aunque ahora encajaban muchas cosas.
-Es la única explicación que tiene. Hasta ahora se ha cumplido todo lo que decía ese papelucho, debemos averiguar cual es la última parte y evitar que esto siga adelante.-Kora no admitía réplica.


Estaba al borde de la desesperación, ya pasaba una semana desde que la encerraron allí sin motivo alguno.
De repente chirrió la vieja puerta de hierro, movió grácilmente la cabeza para apartar sus cabellos sucios, antaño dorados, y derigió hacia su visitante una mirada cansada.
Era un muchacho pelirrojo de complexón fuerte que avanzaba hacia ella con paso decidido. Se sentó con las piernas cruzadas justo en frente de la prisionera. Alzó las manos y comenzó a recitar algo entre susurros.

Sus gritos resonaban por todo el castillo pero nadie se atrevía a preguntar al rey que había hecho aquella pobre campesina para merecer tal castigo.
Fabian se encontraba en la plataforma de almenas de la útima de las doce torres que componían su castillo, comtemplaba el reino que tanto le había costado levantar. Era un rey sin corona pero era u rey al fin y al cabo, además nadie salvo Mireya sabía la verdad ahora que el verdadero padre de Kora había muerto.
Aún recordaba aquel día detalle a detalle. La princesa todavía no había descubierto toda la verdad, cuando lo hiciera se arrepentiría de haber elegido ese camino tan rápidamente. Cuando lo hiciera... No debía permitirlo. "...al enemigo caído..." recordó sin poder evitar que un escalofrío recorriera su espalda.
Definitivamente no estaba dispuesto a seguir las ordenes de un papelucho viejo y arrugado.
Lo único que necesitaba ahora era que su plan funcionara, si Mireya, su dama de confianza, estaba en lo cierto tenía la victoria prácticamente asegurada.

Seft estaba exausto pero había cumplido el encargo con creces, no le importaba la muchacha a la que había torturado de aquella manera, se había mostrado frío y distante, hacía tiempo que su corazón no sentía nada. Se limitó a complacer a su rey y a volver a incluir estas visitas a las mazmorras en su rutina diaria durante doce días, tal y como había ordenado su majestad.

domingo, 7 de octubre de 2012

Capitulo 2

Amaneció, los rayos de sol, que se filtraban por los huecos de los árboles, acariciaban el rostro de Neit mientras se desperezaba, con cuidado de no hacerse daño por las heridas.
Miro a su alrededor, Kora no estaba a la vista pero se escuchaba un alegre canturreo un poco más allá.
Se levantó lentamente apoyandose en el tronco más próximo y se dejo guiar por su oído.
La halló en lo alto de un pequeño cerro, desde el cual se podía ver el enorme bosque que los rodeaba. Neit se pregunto como Kora, sola, cargando con él se había alejado tanto del castillo de su padre. Calculaba que estaban a unas dos horas de la ciudad.
La princesa se encontraba sentada con las piernas cruzadas y observaba, con admiración, una mariposa que se había posado en su mano.
-Mi princesa,-Neit rompió el silencio, sobresaltando a Kora.-permitame preguntaros ¿por qué os habéis alejado tanto de palacio? ¿Acaso no pensáis regresar?

-Ha muerto, Fabian. Os advertí, todo se está cumpliendo paso a paso.-la misteriosa mujer de blanco se encontraba ante el rey, de nuevo en la gran sala del trono.
-Mireya,mi ingenua Mireya. No creo en el destino, venceré esta batalla.-contestó el hombre.
-Para no creer en el destino, bien que intentasteis evitarlo con muertes y encarcelamientos inútiles, como os anuncié en su día.
>>Existe una posibilidad, una sola entre un millón de que salgais vencedor y su precio es demasiado alto. No material sino moralmente, es demasiado, incluso para vos.

Despertó bruscamente a causa de otra pesadilla e intentó acomodarse en el suelo de piedra, todo lo que las cadenas le permitían.
Era una joven de no más de catorce años. De pelo rubio, ojos castaños y delicada belleza.Su piel de porcelana parecía haber sido tallada detalle a detalle.
Sus labios estaban secos y agrietados y el encierro la había hecho adelgazar peligrosamente.
¿Que querrían de ella? Solo era una simple campesina.
Estaba aterrada, por un lado quería que apareciera alguien para contestar a sus preguntas, pero por otro la aterrorizaba la idea de que si alguien aparecía no fuera precisamente para liberarla.

Seft era el mago más prometedor entre las filas del escuadrón mágico.
No era un hechicero corriente, era un mago de los cuatro elementos. Solo uno de ellos nacía cada cien años.
Había hechiceros del agua, del fuego, de la tierra y del aire pero solo él poseía los cuatro poderes.
Su magia, casi inagotable, era temida y respetada.
Era pelirrojo de ojos azules, rostro agradable y cuerpo fuerte. No vestía túnicas ni nada parecido, llevaba una simple camisa blanca y pantalones oscuros. Lo único que delataba su condición de mago era una marca en la nuca, como un tatuaje, no, como una cicatriz. Era un extraño símbolo que determinaba el tipo de poder que poseía.
Se dirigía al castillo, el rey había solicitado su presencia.

-No, podría regresar pero no quiero,-respondió al tiempo que dejaba volar a la pequeña criatura.-mi hogar a dejado de serlo y ya no es un lugar seguro.-giró sobre si misma e invitó a su compañero a que se sentara.-Tengo que contarte algo, algo que nos incumbe a los dos, algo que nos sumerge en una espiral de tinieblas de la que no podremos escapar. Ya que vamos a pasar tanto tiempo juntos, deberemos confiar el uno en el otro, como en aquel entonces.¿Estás listo?
Neit asintió, la curiosidad, la angustia y el miedo lo estaban devorando.

martes, 2 de octubre de 2012

Capítulo 1.

"No todas las princesas son como las de los cuentos; no todos los cuentos tienen finales felices; no todos los finales felices son para siempre."
Con este pensamiento, la princesa Kora, recorría los pasillos de las mazmorras con paso firme y decidido.
Su largo y liso pelo negro contrastaba vivamente con su piel blanca y esos inquietantes ojos rojos.Lo recogía en una trenza al lado, que caía sobre sus senos hasta su cintura.
A primera vista no parecía una princesa. Vestía con pantalones de cuero negro y camisa blanca, nada de tacones, tiaras, joyas y vestidos pomposos.
Contaba la leyenda que el color de sus ojos se debía a la sangre de su madre, derramada al nacer. No, no murió por el parto pero esa es otra historia.
Por fin pareció llegar a su destino, la sala de torturas. Entró sin vacilación y ordenó salir al carcelero.
El prisionero, colgado de las muñecas por fuertes cadenas de oro, alzó la cabeza.
Su rostro, aún torcido en una mueca de dolor, era agradable a la vista. De facciones suaves y expresivas, ojos castaños y pelo oscuro, sucio y revuelto. Su torso desnudo dejaba ver los estragos de la tortura.
Cientos de tipos de dagas, cuchillos y látigos se agrupaban en estanterías, corroidas por el tiempo y la humedad, y en el suelo de piedra.
-Princesa...-dijo con un hilo de voz, intentando controlar la tos que lo atenazaba.- Por favor, clemencia. Sabeis vos perfectamente, que yo, un humilde y leal vasallo, sería incapaz de traicionaros y menos a vuestro padre.-concluyó agachando la cabeza en gesto de sumisión.
Kora lo miro con dureza pero con un brillo de tristeza y añoranza en sus ojos de sangre. Todavía recordaba como, diez años atrás, escapaba de la guardia para reunirse con el muchacho en la orilla del  río, y allí jugaban, saltaban y reían con las mejillas coloradas.
El reo no obtuvo respuesta. La princesa se limitó a dedicarle una sonrisa burlona. Acto seguido se acercó, y colocó su mano en el hueco entre el homro y el cuello y pellizcó.
Antes de sumirse en un profundo sueño, el prisionero oyó unas últimas palabras: "...pero una parte de mi desea creer en ti, Neit..."
Cuándo despertó sintió un escozor en el vientre que se fue convirtiendo en un frescor reconstituyente. Abrió los ojos poco a poco, para poder acostumbrarse a la luz.
Lo que vió lo dejó sin palabras. Se encontraba en un claro del bosque, tumbado sobre un lecho improvisado con hojas. Alguien estaba vendando cuidadosamente sus heridas. Habría reconocido a ese alguien en cualquier lugar.


-Mi rey, el prisionero ha desaparecido...junto con la princesa Kora.- estas palabras cayeron sobre el monarca como una lluvia de flechas que acertaban al blanco.
-Retirate.-Ordenó, no le hizo falta levantar la voz para que su deseo se cumpliera. El guardia salió de la gran sala del trono por una enorme puerta de roble.
-Ya ha empezado, majesad.-dijo una voz femenina.
Una figura de mujer emergió de las sombras, envuelta en una capa negra. Era de extraordinaría belleza. Pelo albino y ojos totalmente blancos, sin púpila, sin iris. Su piel era palida y tersa.
-Debí matarlo cuando puede.-se lamentó el soberano.
Acariciaba su larga barba pensativo. Las canas afloraban en su cabello rubio, mermado por profundas entradas. Las arrugas marcaban su rostro y sus ojos azules reflejaban su dolor.
-No hubiera servido de nada, mi señor.-continuó, atreviendose a contradecir al rey.-Está escrito, alguien ha fijado un destino para Kora y el destino no se puede evitar.

-¡Aaaaah!-gritó Neit por decimocuarta vez.-Cuidado Kora, a ver si va a ser la cura peor que la tortura.
-¿Que son esas confianzas? Para ti sigo siendo princesa.-replicó dignamente mientras daba otro tirón a las vendas, haciendo que Neit se estremeciera de nuevo.
-Disculpe, mi princesa pero ¿no recuerda que hace diez años me dio permiso para llamarla por su nombre?.-contestó con un tono resuelto y burlón.
Kora no respondió, terminó las curas y se adentró en el bosque.
Neit se quedó pensando ¿Cuándo habia empezao a acelerarse su corazón cuando la veía? ¿Cuándo se habían quedado atras los juegos de niños para dar paso a este sentimiento? ¿Cuándo se había torcido todo?
Quizá fue por...no, sacudió la cabeza y se dispuso a descansar.


Kora reflexionaba, sentada sobre una gran piedra, mientras miraba el agua limpia y cristalina del estanque.
¿Y si en realidad era un traidor? No, no era posible.
Acarició con delicadeza una de las dagas que solía guardar en sus botas, pero esta no era una daga corriente. Era un regalo, un regalo de un niño que con seis años había encontrado en la calle un objeto sin valor aparente y había decidido regalarselo a su compañera de aventuras.
Cuándo ella, feliz e ilusionada, había mostrado el presente a su padre se torció todo.
Aún no sabía que tenía de especial, era una daga normal, ni siquiera estaba hecha de buen material y la princesa se preguntaba una y otra vez que oscuros misterios se guardaban tras aquel acero.
Apartó esos pensamientos, guardó el cuchilo y se volvió a fundir con la espesura sin imaginar siquiera los peligros que deberían superar, ni las consecuencias de lo que acababa de hacer.

domingo, 30 de septiembre de 2012

Prólogo

Dos lágrimas rodaron por sus mejillas. Ya no sentía el dolor de sus muñecas, rotas por las cadenas. No le importaba el fuego que se acercaba a una velocidad vertiginosa.
Solo le importaba el muchacho que yacía en sus brazos. Su sien sangraba estrepitosamente, la luz de sus ojos castaños se apagaba poco a poco.
El calor era sofocante en aquel tétrico escenario, que había presenciado una dura batalla.
-Hemos ganado-dijo costosamente el chico mientras intentaba sonreir.
Una nueva convulsión sacudió su cuerpo, alborotando aún más su pelo oscuro.
La chica que lo sujetaba no pudo reprimir un gemido. Sus ojos, rojos como la sangre, lo miraban suplicantes, esperando un milagro.
-Calla,-dijo en un susurro.-no malgastes fuerzas. tenemos que salir de aqui y entonces...
-No-la interrumpió él-. Tú tienes que salir de aqui, para mi ya es demasiado tarde.
-Calla.- repitió, sin poder evitar avivar el llanto.
-Shh. Mi princesa.- dijo con cariño, al tiempo que alzaba una mano para acariciar su mejilla.-Sabes que no me gusta verte llorar. Sonrie, princesa, pues tu sonrisa es perfecta. Endulzame la despedida.
>>No me olvides, pero no dejes que mi recuerdo entristezca tu vida. No hagas que mi muerte sea una más, aprovecha esta oportunidad que te brindo.
-No, tu no debes morir, estaba escrito que yo perdería la vida, no tu, no así.-Cada segundo que pasaba parecía una eternidad, los refuerzos no llegaban y a este ritmo lo perdería para siempre.
Ninguno volvió a hablar, tenían mucho que decirse pero ni todas las palabras del mundo serían capaces de expresarlo mejor que la mirada que estaban manteniendo.
Asi, el uno frente al otro, se acercaron aún más hasta que ella, sin vacilación, deposito un apasionado beso en los labios de su amado.Un beso muy esperado, un beso de despedida, un primer beso y el último.
Cuando se separo de él y busco el brillo de sus ojos, que tanto la reconfortaba, ya no fue capaz de encontrarlo pues se había extinguido tras un soplo de muerte.
Y allí una chica sin nombre, en un lugar ya olviadado, gritó. Gritó ante el rostro tranquilo de su compañero. Gritó por ella, por los momentos felices que ahora se desmoronaban y lloró, lloró hasta la saciedad y cuando paró lo hizo para siempre, no volvería a derramar una lágrima nunca, por nada, por nadie. No volvería a arrodillarse, ahora su orgullo era lo único que le quedaba