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domingo, 30 de septiembre de 2012

Prólogo

Dos lágrimas rodaron por sus mejillas. Ya no sentía el dolor de sus muñecas, rotas por las cadenas. No le importaba el fuego que se acercaba a una velocidad vertiginosa.
Solo le importaba el muchacho que yacía en sus brazos. Su sien sangraba estrepitosamente, la luz de sus ojos castaños se apagaba poco a poco.
El calor era sofocante en aquel tétrico escenario, que había presenciado una dura batalla.
-Hemos ganado-dijo costosamente el chico mientras intentaba sonreir.
Una nueva convulsión sacudió su cuerpo, alborotando aún más su pelo oscuro.
La chica que lo sujetaba no pudo reprimir un gemido. Sus ojos, rojos como la sangre, lo miraban suplicantes, esperando un milagro.
-Calla,-dijo en un susurro.-no malgastes fuerzas. tenemos que salir de aqui y entonces...
-No-la interrumpió él-. Tú tienes que salir de aqui, para mi ya es demasiado tarde.
-Calla.- repitió, sin poder evitar avivar el llanto.
-Shh. Mi princesa.- dijo con cariño, al tiempo que alzaba una mano para acariciar su mejilla.-Sabes que no me gusta verte llorar. Sonrie, princesa, pues tu sonrisa es perfecta. Endulzame la despedida.
>>No me olvides, pero no dejes que mi recuerdo entristezca tu vida. No hagas que mi muerte sea una más, aprovecha esta oportunidad que te brindo.
-No, tu no debes morir, estaba escrito que yo perdería la vida, no tu, no así.-Cada segundo que pasaba parecía una eternidad, los refuerzos no llegaban y a este ritmo lo perdería para siempre.
Ninguno volvió a hablar, tenían mucho que decirse pero ni todas las palabras del mundo serían capaces de expresarlo mejor que la mirada que estaban manteniendo.
Asi, el uno frente al otro, se acercaron aún más hasta que ella, sin vacilación, deposito un apasionado beso en los labios de su amado.Un beso muy esperado, un beso de despedida, un primer beso y el último.
Cuando se separo de él y busco el brillo de sus ojos, que tanto la reconfortaba, ya no fue capaz de encontrarlo pues se había extinguido tras un soplo de muerte.
Y allí una chica sin nombre, en un lugar ya olviadado, gritó. Gritó ante el rostro tranquilo de su compañero. Gritó por ella, por los momentos felices que ahora se desmoronaban y lloró, lloró hasta la saciedad y cuando paró lo hizo para siempre, no volvería a derramar una lágrima nunca, por nada, por nadie. No volvería a arrodillarse, ahora su orgullo era lo único que le quedaba