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domingo, 7 de octubre de 2012

Capitulo 2

Amaneció, los rayos de sol, que se filtraban por los huecos de los árboles, acariciaban el rostro de Neit mientras se desperezaba, con cuidado de no hacerse daño por las heridas.
Miro a su alrededor, Kora no estaba a la vista pero se escuchaba un alegre canturreo un poco más allá.
Se levantó lentamente apoyandose en el tronco más próximo y se dejo guiar por su oído.
La halló en lo alto de un pequeño cerro, desde el cual se podía ver el enorme bosque que los rodeaba. Neit se pregunto como Kora, sola, cargando con él se había alejado tanto del castillo de su padre. Calculaba que estaban a unas dos horas de la ciudad.
La princesa se encontraba sentada con las piernas cruzadas y observaba, con admiración, una mariposa que se había posado en su mano.
-Mi princesa,-Neit rompió el silencio, sobresaltando a Kora.-permitame preguntaros ¿por qué os habéis alejado tanto de palacio? ¿Acaso no pensáis regresar?

-Ha muerto, Fabian. Os advertí, todo se está cumpliendo paso a paso.-la misteriosa mujer de blanco se encontraba ante el rey, de nuevo en la gran sala del trono.
-Mireya,mi ingenua Mireya. No creo en el destino, venceré esta batalla.-contestó el hombre.
-Para no creer en el destino, bien que intentasteis evitarlo con muertes y encarcelamientos inútiles, como os anuncié en su día.
>>Existe una posibilidad, una sola entre un millón de que salgais vencedor y su precio es demasiado alto. No material sino moralmente, es demasiado, incluso para vos.

Despertó bruscamente a causa de otra pesadilla e intentó acomodarse en el suelo de piedra, todo lo que las cadenas le permitían.
Era una joven de no más de catorce años. De pelo rubio, ojos castaños y delicada belleza.Su piel de porcelana parecía haber sido tallada detalle a detalle.
Sus labios estaban secos y agrietados y el encierro la había hecho adelgazar peligrosamente.
¿Que querrían de ella? Solo era una simple campesina.
Estaba aterrada, por un lado quería que apareciera alguien para contestar a sus preguntas, pero por otro la aterrorizaba la idea de que si alguien aparecía no fuera precisamente para liberarla.

Seft era el mago más prometedor entre las filas del escuadrón mágico.
No era un hechicero corriente, era un mago de los cuatro elementos. Solo uno de ellos nacía cada cien años.
Había hechiceros del agua, del fuego, de la tierra y del aire pero solo él poseía los cuatro poderes.
Su magia, casi inagotable, era temida y respetada.
Era pelirrojo de ojos azules, rostro agradable y cuerpo fuerte. No vestía túnicas ni nada parecido, llevaba una simple camisa blanca y pantalones oscuros. Lo único que delataba su condición de mago era una marca en la nuca, como un tatuaje, no, como una cicatriz. Era un extraño símbolo que determinaba el tipo de poder que poseía.
Se dirigía al castillo, el rey había solicitado su presencia.

-No, podría regresar pero no quiero,-respondió al tiempo que dejaba volar a la pequeña criatura.-mi hogar a dejado de serlo y ya no es un lugar seguro.-giró sobre si misma e invitó a su compañero a que se sentara.-Tengo que contarte algo, algo que nos incumbe a los dos, algo que nos sumerge en una espiral de tinieblas de la que no podremos escapar. Ya que vamos a pasar tanto tiempo juntos, deberemos confiar el uno en el otro, como en aquel entonces.¿Estás listo?
Neit asintió, la curiosidad, la angustia y el miedo lo estaban devorando.

martes, 2 de octubre de 2012

Capítulo 1.

"No todas las princesas son como las de los cuentos; no todos los cuentos tienen finales felices; no todos los finales felices son para siempre."
Con este pensamiento, la princesa Kora, recorría los pasillos de las mazmorras con paso firme y decidido.
Su largo y liso pelo negro contrastaba vivamente con su piel blanca y esos inquietantes ojos rojos.Lo recogía en una trenza al lado, que caía sobre sus senos hasta su cintura.
A primera vista no parecía una princesa. Vestía con pantalones de cuero negro y camisa blanca, nada de tacones, tiaras, joyas y vestidos pomposos.
Contaba la leyenda que el color de sus ojos se debía a la sangre de su madre, derramada al nacer. No, no murió por el parto pero esa es otra historia.
Por fin pareció llegar a su destino, la sala de torturas. Entró sin vacilación y ordenó salir al carcelero.
El prisionero, colgado de las muñecas por fuertes cadenas de oro, alzó la cabeza.
Su rostro, aún torcido en una mueca de dolor, era agradable a la vista. De facciones suaves y expresivas, ojos castaños y pelo oscuro, sucio y revuelto. Su torso desnudo dejaba ver los estragos de la tortura.
Cientos de tipos de dagas, cuchillos y látigos se agrupaban en estanterías, corroidas por el tiempo y la humedad, y en el suelo de piedra.
-Princesa...-dijo con un hilo de voz, intentando controlar la tos que lo atenazaba.- Por favor, clemencia. Sabeis vos perfectamente, que yo, un humilde y leal vasallo, sería incapaz de traicionaros y menos a vuestro padre.-concluyó agachando la cabeza en gesto de sumisión.
Kora lo miro con dureza pero con un brillo de tristeza y añoranza en sus ojos de sangre. Todavía recordaba como, diez años atrás, escapaba de la guardia para reunirse con el muchacho en la orilla del  río, y allí jugaban, saltaban y reían con las mejillas coloradas.
El reo no obtuvo respuesta. La princesa se limitó a dedicarle una sonrisa burlona. Acto seguido se acercó, y colocó su mano en el hueco entre el homro y el cuello y pellizcó.
Antes de sumirse en un profundo sueño, el prisionero oyó unas últimas palabras: "...pero una parte de mi desea creer en ti, Neit..."
Cuándo despertó sintió un escozor en el vientre que se fue convirtiendo en un frescor reconstituyente. Abrió los ojos poco a poco, para poder acostumbrarse a la luz.
Lo que vió lo dejó sin palabras. Se encontraba en un claro del bosque, tumbado sobre un lecho improvisado con hojas. Alguien estaba vendando cuidadosamente sus heridas. Habría reconocido a ese alguien en cualquier lugar.


-Mi rey, el prisionero ha desaparecido...junto con la princesa Kora.- estas palabras cayeron sobre el monarca como una lluvia de flechas que acertaban al blanco.
-Retirate.-Ordenó, no le hizo falta levantar la voz para que su deseo se cumpliera. El guardia salió de la gran sala del trono por una enorme puerta de roble.
-Ya ha empezado, majesad.-dijo una voz femenina.
Una figura de mujer emergió de las sombras, envuelta en una capa negra. Era de extraordinaría belleza. Pelo albino y ojos totalmente blancos, sin púpila, sin iris. Su piel era palida y tersa.
-Debí matarlo cuando puede.-se lamentó el soberano.
Acariciaba su larga barba pensativo. Las canas afloraban en su cabello rubio, mermado por profundas entradas. Las arrugas marcaban su rostro y sus ojos azules reflejaban su dolor.
-No hubiera servido de nada, mi señor.-continuó, atreviendose a contradecir al rey.-Está escrito, alguien ha fijado un destino para Kora y el destino no se puede evitar.

-¡Aaaaah!-gritó Neit por decimocuarta vez.-Cuidado Kora, a ver si va a ser la cura peor que la tortura.
-¿Que son esas confianzas? Para ti sigo siendo princesa.-replicó dignamente mientras daba otro tirón a las vendas, haciendo que Neit se estremeciera de nuevo.
-Disculpe, mi princesa pero ¿no recuerda que hace diez años me dio permiso para llamarla por su nombre?.-contestó con un tono resuelto y burlón.
Kora no respondió, terminó las curas y se adentró en el bosque.
Neit se quedó pensando ¿Cuándo habia empezao a acelerarse su corazón cuando la veía? ¿Cuándo se habían quedado atras los juegos de niños para dar paso a este sentimiento? ¿Cuándo se había torcido todo?
Quizá fue por...no, sacudió la cabeza y se dispuso a descansar.


Kora reflexionaba, sentada sobre una gran piedra, mientras miraba el agua limpia y cristalina del estanque.
¿Y si en realidad era un traidor? No, no era posible.
Acarició con delicadeza una de las dagas que solía guardar en sus botas, pero esta no era una daga corriente. Era un regalo, un regalo de un niño que con seis años había encontrado en la calle un objeto sin valor aparente y había decidido regalarselo a su compañera de aventuras.
Cuándo ella, feliz e ilusionada, había mostrado el presente a su padre se torció todo.
Aún no sabía que tenía de especial, era una daga normal, ni siquiera estaba hecha de buen material y la princesa se preguntaba una y otra vez que oscuros misterios se guardaban tras aquel acero.
Apartó esos pensamientos, guardó el cuchilo y se volvió a fundir con la espesura sin imaginar siquiera los peligros que deberían superar, ni las consecuencias de lo que acababa de hacer.